lunes, 11 de abril de 2011

Viendo el vaso medio vacío

El pesimismo plaga todos los ámbitos de la sociedad actual. Puede parecer que esta actitud pesimista sobre el presente y especialmente sobre el futuro es algo nuevo. Puede parecer que la desconfianza y el desprecio tan popular hacia la tecnología y el progreso es un zeitgeist único de nuestra generación. Sin embargo si miramos hacia atrás, las razones de moda para ser pesimista han cambiado, pero el pesimismo ha sido constante.

Vayámonos al año 1830, cuando el norte de Europa y el norte de América eran más ricas que nunca gracias a la revolución industrial. Habían pasado una década entera en paz por primera vez en dos generaciones. Se realizaron una cantidad de invenciones tecnológicas y descubrimientos sin precedente: el barco de vapor, el telar de algodón, el cemento Portland, el motor eléctrico, el puente colgante, el análisis de Fourier. Por primera vez la esperanza de vida estaba aumentando rápidamente, la mortalidad infantil estaba cayendo aún más rápido, el poder adquisitivo en alza y el nivel de abundancia sin parangón.

Pensarías que la actitud dominante sería el optimismo, ¿verdad? Para nada, era tal y como es hoy, el pesimismo estaba por todas partes. El poeta inglés Robert Southey, en su libro Colloquies on the Progress and Prospects of Society, críticaba la situación de aquellas personas que habían dejado el tranquilo y cálido ambiente rural por las sucias y frías fabricas de las ciudades. Activistas denunciaban que la construcción de la línea de ferrocarril de Liverpool a Manchester afectaría gravemente a la población de caballos de la zona. La revista Quarterly Review criticaba la velocidad de las locomotoras y exigía al gobierno que limitara la velocidad a la mitad de su capacidad. ¿Suena familiar?

Vayamos más adelante, entre 1875 y 1925 la cálidad de vida para muchos européos alcanzó niveles inimaginables: electricidad, coches, vacunas, universidades, cine, máquinas de escribir. Pero el clima intelectual seguía siendo claramente pesimista.

En 1892 el alemán Max Nordau publicó su libro Degeneration, en el que veía a la sociedad actual sin ninguna moral debido a la urbanización y la inmigración. En 1901 Charles Wagner publicó su bestseller The Simple Life, en el que argumentaba que la gente ya se había cansado de tanto materialismo e iba a migrar de vuelta al campo. En 1914 el inglés Robert Tressell publicó The Ragged Trousered Philanthropists, en el que tachaba a su país como “una nación de ignorantes, estúpidos, hambrientos, y degenerados sin espíritu”. En 1923 Oswald Spengler en su libro, The Decline of the West, preveía el colapso de la civilicación a manos de regímenes totalitarios, tal y como les pasó a Roma y Babilonia.

Las dos guerras mundiales fueron, sin duda, motivos para ser pesimista, con millones de muertos y el surgimiento de estados totalitarios. A pesar de esta catástrofe humana, la esperanza de vida, la salud y la riqueza de los supervivientes siguió aumentando.

A partir de 1950 el mundo experimentó el mayor descenso de pobreza, de hambre, de enfermedades, y de analfabetismo en toda la historia. ¿Motivos para ser optimista? Por supuesto que no. Durante las décadas siguientes libro tras libro lloraba por la situación actual y predecían el apocalipsis: superpoblación y hambrunas, el agotamiento de los recursos, guerras y accidentes nucleares, pandemias, cáncer, pesticidas, lluvia ácida, contaminación, edad de hielo, violencia, el efecto 2000(!).

A pesar de que cada una de estas predicciónes resultó erronea una inmensa cantidad de gente sigue acogiendo este pesimismo con los brazos abiertos e incluso le otorga una credibilidad ciega a los autores que predijeron y predicen estas catástrofes, mientras cualquiera que ose a dar información optimista es ignorado y atacado.

¿Cómo puede ser? ¿Por qué existe esa tendencia hacia el pesimismo?

Ésta creo que es una pregunta compleja y que envuelve una gran catidad de factores. A continuación quiero exponer algunas de las razones por las que creo que las personas tienden al pesimismo independientemente de la situación.

El fascinante campo de la psicología cognitiva nos da algunas ideas muy interesantes sobre el porqué de este fenómeno. Al parecer existe un prejuicio cognitivo hacia la negatividad. El estudio más completo hasta la fecha sobre este prejuicio cognitivo es Bad Is Stronger Than Good, publicado en Review of General Psychology, en el que los autores concluyen que “emociones, patrones y resultados negativos tienen un mayor impacto que emociones, patrones y resultados positivos, y la información negativa se procesa más a fondo que la información positiva. Impresiones malas y estereotipos malos se forman más rápidamente y son más resistentes al cambio que las impresiones y estereotipos buenos. Estos descubrimientos sugieren que lo malo es más fuerte que lo bueno como principio general en una amplia lista de fenómenos psicológicos.”

Este prejuicio tiene sentido si lo miramos desde la perspectiva de la psicología evolutiva. Ésta sugiere que debido al ambiente en el que ha evolucionado el ser humano durante miles de años, el cerebro se ha organizado de forma que cuando un individuo se encuentra en una situación determinada en la que existen varias cosas a las que poder prestar atención, inmediatamente el cerebro se percatará de las amenazas en lugar de las oportunidades o los indicios de seguridad. Resulta lógico dado el ambiente en el que el ser humano ha vivido durante la inmensa mayoría de su existencia.

Este mayor impacto y nivel de atención que crea en el cerebro la información negativa hace que nos sea más fácil de recordar y por lo tanto existe una mayor probabilidad de que nuestra interpretación de la realidad sea negativa en lugar de positiva.

En neuroeconomía es sabido que los seres humanos somos reacios al riesgo: nos gusta menos la idea de perder una cantidad determinada de dinero de lo que nos gusta ganar esa misma cantidad. Esta tendencia a evitar el riesgo se da en todas las decisiones que tomamos en nuestra vida. Esto, junto con el hecho de que el progreso solo es posible tomando riesgos, hace que tendamos a mirar el futuro con ojos temerosos.

Al parecer los genes pesimistas son más comunes que los genes optimistas:

"Solo alrededor de un 20 por ciento de personas son homozigotas con respecto a la versión larga del gen responsable del transporte de serotonina, lo que posiblemente les dote de una tendencia genética a ver las cosas por el lado positivo. La voluntad de correr riesgos, un posible correlato del optimismo, también es parcialmente hereditario: la versión 7P del gen DRD4 influye un 20 por ciento a la hora de correr riesgos financieros, y es más común en países donde la mayoría de personas son descendientes de inmigrantes."
-Matt Ridley, The Rational Optimist.

Paradojicamente esta tendencia al pesimismo se da solo en el plano colectivo. Daniel Gilbert en su libro, Stumbling on Happiness, dice que las personas tienden a ser optimistas sobre sus propias vidas pero pesimistas sobre la sociedad en general. Tienden a pensar que vivirán más años que la media, que estarán casados más años de lo normal y que viajarán más que en ese momento, pero por el contrario muchos de ellos creen que el mundo irá a peor.

Quizás este pesimismo tan extendido esté relacionado con la tendencia de comparar el presente y el futuro con una imagen del mundo ideal, en lugar de compararlos con el pasado o con otras posibilidades factibles. En tal comparación cualquier situación es mala.

O quizás sea por la nostalgia y el romanticismo que hace ver la vida de nuestros antepasados, los cazadores-recolectores, como una vida sana, pacífica, tranquila, en la que los valores no se han corrompido por el capitalismo y su materialismo. Esta imagen es una ilusión y carece de evidencias que la apoyen. Existen cantidad de evidencias que sugieren que la vida de los cazadores-recolectores era una vida corta, ardua, y plagada de enfermedades y violencia. Incluso si nos fijamos en nuestros antepasados más cercanos, antes de la revolución industrial, fácilmente podemos observar que consideraban la vida del campo como menos beneficiosa para ellos, si no no hubiesen decidido ir voluntariamente a las ciudades. La calidad de vida de un campesino medio anterior a la revolución industrial es muchísimo peor que la de cualquier persona pobre de cualquier país industrializado de hoy en día. Estos llantos de nostalgia no son algo nuevo, probablemente no haya habido ninguna generación desde el Paleolítico que no se lamente del presente y reniegue del futuro, y que a la vez adore la imagen de un pasado mucho mejor.

Por otro lado, los seres humanos necesitamos saber nuestro futuro, no nos gusta la incertidumbre. Poseemos una habilidad característica que es la de predecir el futuro para poder tomar decisiones acordemente, aunque irónicamente somos muy malos a la hora de realizar esas predicciones. Esta tendencia a rechazar la incertidumbre hace que seamos muy receptivos a información que elimine esa incertidumbre, como puede ser la predicción de algún experto. Si añadimos al hecho de que poseemos un prejuicio hacia la negatividad, el hecho de que el número de malas noticias y predicciónes catastróficas son mucho más abundantes que las buenas noticias y las predicciones optimistas, tenemos una combinación perfecta para el pesimismo. Pero, ¿por qué las malas noticias dominan el discurso público, cuando hay cantidad de buenas noticias?

La prensa aprovecha esta tendencia humana hacia el pesimismo para sacar más beneficios. Los medios saben que las buenas noticias no son noticia, mientras que las malas noticias pueden vender mucho, y cuanto peores sean mayores las ventas. Así que los medios de comunicación son un himán para intelectuales, científicos o políticos que anuncian algún desastre por llegar. Incluso utilizan los hechos más alentadores para convertirlos en malas noticias. Por ejemplo ahora se critica la inmensa cantidad de elecciones de las que poseen los ciudadanos de occidente, ya que el consumidor se ve 'asfixiado por la variedad'. Al parecer las personas se vuelven miserables cuando van al supermercado y se topan con tal variedad de cereales, o cuando tratan de decidir dónde ir a cenar. Esto resulta absurdo para cualquiera que haga la compra cada semana o que cada fin de semana se pida unas pizzas para ver una película de su elección.

Los periodistas intentan encontrar las estadísticas optimistas más rebuscadas para poder publicar malas noticias. Considera el caso que presenta Matt Ridley:

"La BBC, en uno de sus titulares, presentaba un estudio que mostraba que la incidencia de enfermedades del corazón en mujeres jóvenes y de mediana edad en Gran Bretaña 'había parado de descender'. Date cuenta de lo que no era noticia: la incidencia de enfermedades de corazón había estado cayendo considerablemente en mujeres de cualquier edad, seguía descendiendo en hombres, y aún no había empezado a aumentar en el grupo de mujeres en el que había dejado de descender. Aún así toda la discusión era en torno a esta 'mala' noticia."

Existen grandes incentivos en torno al pesimismo. Ninguna ONG ha recaudado fondos diciendo que las cosas están mejorando. Las investigaciones que muestran malas noticias reciben mucha más financiación pública. Los políticos salen beneficiados del pesimismo, hoy en día cada vez que surge un problema la mayoría de ciudanos piden al gobierno que lo resuelva por ellos. Si la gente cree que las cosas van mal o que irán a peor estarán más dispuestas a otorgar más poder a los políticos y a aceptar un aumento de impuestos (a ellos no, a los ricos solo, claro está), y eso es un incentivo que un buen burócrata es incapaz de desaprovechar.

Con este artículo espero poner en contexto el pesimismo que abunda hoy en día e intentar comprender un poco el porqué de este fenómeno. Intentar comprender porqué durante 200 años los pesimistas han ocupado todas las portadas, a pesar de que los optimistas han acertado mucho más en sus predicciones. Intentar comprender porqué la gente sigue venerando a profetas del apocalipsis como Paul Ehrlich o Lester Brown, sin que se les confronte con las pifias que han cometido en el pasado.

Por supuesto, que las alarmas anteriores hayan resultado falsas no quiere decir que futuros peligros no resulten desastrosos para la humanidad. Como podéis observar soy optimista sobre el futuro, pero quiero dejar claro lo que quiero decir con 'optimista'. El ser optimista no es decir que todo está bien y que no deberíamos preocuparnos por nada. Existen cantidad de problemas en el mundo, y sin duda, cosas como una guerra nuclear o que la razón pierda en la lucha de las ideas me quita el sueño muchas noches. Pero es por eso que intento promover el optimismo junto con el uso del pensamiento crítico, para reconocer las causas del enorme progreso que ha mejorado las vidas de tanta gente y de ese modo intentar seguir con ese avance.


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