En Octubre de 1999 un ciclón azotó la región de Orissa, en India, dejando a su paso 10.000 muertos y entre 10 y 15 millones de personas sin hogar. Tras la catástrofe, varias ONGs estadounidenses distribuyeron alimento a los damnificados. Cualquier persona razonable vería esto como un acto de solidaridad, pero no los ecologistas.
El Research Foundation for Science ubicado en Nueva Deli envió muestras de estos alimentos a Estados Unidos para averiguar si eran transgénicos. Efectivamente, contenían maíz y soja modificados genéticamente. La reacción de indignación fue inmediata. La directora del Research Foundation for Science, Vandana Shiva, declaró: “Los Estados Unidos han estado usando a las víctimas de Orissa como conejillos de india para endosarles los alimentos transgénicos que han sido rechazados en Europa”. Y añade: “Exigimos al gobierno de India y al estado de Orissa que retire inmediatamente estos productos”.
Otro caso parecido ocurrió en 2002, cuando Zambia rechazó ayuda alimenticia en medio de una terrible hambruna debido a la insistencia de varios grupos ecologistas. Greenpeace y Amigos de la Tierra convencieron al gobierno de Zambia de que los transgénicos que se iban a distribuir podían ser peligrosos.
Ya tienen que ser peligrosos para que se prefiera que la gente muera de hambre antes que comer alimentos genéticamente modificados. ¿Están justificadas todas estas acciones? ¿Los transgénicos son dañinos para la salud?
"Cuestiono todo lo que me parezca irracional, cualquiera sea su fuente. Si estás de acuerdo conmigo en ésto, debo advertirte que el ejército de la noche tiene la ventaja de un número abrumador y que, por su propia naturaleza, es inmune a la razón, de modo que es absolutamente improbable de que tú y yo podamos vencer." -Isaac Asimov
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lunes, 9 de mayo de 2011
lunes, 21 de febrero de 2011
Energía nuclear III
Propulsión nuclear marina
En las últimas décadas el comercio global de productos manufacturados y alimentos ha experimentado un auge sin precedente. Hoy, pocos productos se producen localmente, es más, suelen pasar por muchos sitios distintos realizando tareas distintas y específicas para producir los productos de la forma más económica. Esta especialización e interdependencia, junto con el desarrollo de tecnologías más eficientes, han hecho posible la abundancia de bienes que tenemos. Pero la forma en la que se transporta esta mercancía conlleva daños serios para nuestra salud.
En las últimas décadas el comercio global de productos manufacturados y alimentos ha experimentado un auge sin precedente. Hoy, pocos productos se producen localmente, es más, suelen pasar por muchos sitios distintos realizando tareas distintas y específicas para producir los productos de la forma más económica. Esta especialización e interdependencia, junto con el desarrollo de tecnologías más eficientes, han hecho posible la abundancia de bienes que tenemos. Pero la forma en la que se transporta esta mercancía conlleva daños serios para nuestra salud.
lunes, 7 de febrero de 2011
Energía nuclear II
Reactor modular de lecho de bolas
China, el país más poblado del mundo con más de mil millones de habitantes, está más y más sedienta de energía conforme continúa su industrialización. China ocupa el segundo puesto en emisiones de CO2 y posee 16 de las 20 ciudades con mayor contaminación atmosférica del planeta. Los precios del petróleo y el gas natural siguen en alza, y el suministro de carbón apenas es capaz de seguir el ritmo de la demanda de energía del país. Todo esto ha hecho que China tenga mucho interés en desarrollar tecnologías que puedan explotar otras fuentes de energía. Los burócratas chinos han apostado muy fuerte por la energía nuclear y han anunciado construir 30 centrales nucleares para finales del 2020. Pero estudios muestran que en el año 2050 el país necesitará más de 200 centrales nucleares, unos 300 gigavatios (hoy en día se producen 350 gigavatios entre todos los reactores del mundo).
Para satisfacer esta enorme demanda no basta con mejorar la tecnología de los reactores existentes, es necesario una revolución. Y a eso aspira China. Físicos e ingenieros de Tsinghua University en Pekín (en colaboración con MIT) han dado el primer paso construyendo un tipo de reactor que se desmarca del resto: un reactor modular de lecho de bolas (Pebble Bed Modular Reactor o PBMR). Un reactor lo suficientemente pequeño como para ser ensamblado a partir de partes producidas en serie y lo suficientemente barato para competir con cualquier otra fuente de energía. Un reactor cuya seguridad es cuestión de física y no de habilidad humana u hormigón reforzado. Incluso podría hacer del hidrógeno una alternativa viable.
China, el país más poblado del mundo con más de mil millones de habitantes, está más y más sedienta de energía conforme continúa su industrialización. China ocupa el segundo puesto en emisiones de CO2 y posee 16 de las 20 ciudades con mayor contaminación atmosférica del planeta. Los precios del petróleo y el gas natural siguen en alza, y el suministro de carbón apenas es capaz de seguir el ritmo de la demanda de energía del país. Todo esto ha hecho que China tenga mucho interés en desarrollar tecnologías que puedan explotar otras fuentes de energía. Los burócratas chinos han apostado muy fuerte por la energía nuclear y han anunciado construir 30 centrales nucleares para finales del 2020. Pero estudios muestran que en el año 2050 el país necesitará más de 200 centrales nucleares, unos 300 gigavatios (hoy en día se producen 350 gigavatios entre todos los reactores del mundo).
Para satisfacer esta enorme demanda no basta con mejorar la tecnología de los reactores existentes, es necesario una revolución. Y a eso aspira China. Físicos e ingenieros de Tsinghua University en Pekín (en colaboración con MIT) han dado el primer paso construyendo un tipo de reactor que se desmarca del resto: un reactor modular de lecho de bolas (Pebble Bed Modular Reactor o PBMR). Un reactor lo suficientemente pequeño como para ser ensamblado a partir de partes producidas en serie y lo suficientemente barato para competir con cualquier otra fuente de energía. Un reactor cuya seguridad es cuestión de física y no de habilidad humana u hormigón reforzado. Incluso podría hacer del hidrógeno una alternativa viable.
miércoles, 26 de enero de 2011
Energía nuclear I
¿Héroe o villano?
En la actualidad somos 6.800 millones de personas en el planeta, y de este número alrededor de la mitad viven en ciudades. Esta tendencia no parece que vaya a cambiar, tal y como sugieren las predicciones de la ONU, que estiman que más de cinco mil millones de personas (un 60% de la población) vivirán en ciudades en el año 2030. Está claro que la gente, en general, prefiere vivir en ciudades, quieren las oportunidades de florecer tanto económica como espiritualmente que las ciudades ofrecen, la diversidad e impersonalidad de las grandes aglomeraciones y muchas otras ventajas. Y el gran icono de las ciudades es la energía. La energía es, seguramente, el aspecto más significativo de nuestra civilización. Un aspecto que ha hecho posible el gran progreso que hemos experimentado en el último siglo.
La distribución de la población es la siguiente: 1.100 millones de personas viven en países desarrollados, mientras 5.700 millones viven en países en vías de desarrollo. Estas personas viviendo en países subdesarrollados se esfuerzan por tener los beneficios de la energía de tamaño industrial de la que gozan los países desarrollados. De estos 5.700 millones de personas viviendo en los países en desarrollo, 1.600 millones no tienen electricidad en sus casas, la mayoría de ellos en el África subsahariana y el sur de Asia. Para estas personas el día acaba mucho antes que en los países desarrollados por la falta de iluminación eléctrica. Se ven obligados a leer bajo la luz pobre de una vela. Carecen de refrigeración para mantener frescos los alimentos y los medicamentos. Tienen que cocinar con hogueras dentro de sus casas, lo que causa graves enfermedades respiratorias que en muchas ocasiones son letales.
Así pues, podemos ver que la energía es clave cuando hablamos de la prosperidad del ser humano. Pero un aspecto muy importante a tener en cuenta es la fuente de la que se obtiene esta energía. La producción y el consumo de energía de una población moderna de casi siete mil millones de personas exige ciertos requisitos y causa ciertos efectos en el medio ambiente que debemos considerar.
En la actualidad somos 6.800 millones de personas en el planeta, y de este número alrededor de la mitad viven en ciudades. Esta tendencia no parece que vaya a cambiar, tal y como sugieren las predicciones de la ONU, que estiman que más de cinco mil millones de personas (un 60% de la población) vivirán en ciudades en el año 2030. Está claro que la gente, en general, prefiere vivir en ciudades, quieren las oportunidades de florecer tanto económica como espiritualmente que las ciudades ofrecen, la diversidad e impersonalidad de las grandes aglomeraciones y muchas otras ventajas. Y el gran icono de las ciudades es la energía. La energía es, seguramente, el aspecto más significativo de nuestra civilización. Un aspecto que ha hecho posible el gran progreso que hemos experimentado en el último siglo.
La distribución de la población es la siguiente: 1.100 millones de personas viven en países desarrollados, mientras 5.700 millones viven en países en vías de desarrollo. Estas personas viviendo en países subdesarrollados se esfuerzan por tener los beneficios de la energía de tamaño industrial de la que gozan los países desarrollados. De estos 5.700 millones de personas viviendo en los países en desarrollo, 1.600 millones no tienen electricidad en sus casas, la mayoría de ellos en el África subsahariana y el sur de Asia. Para estas personas el día acaba mucho antes que en los países desarrollados por la falta de iluminación eléctrica. Se ven obligados a leer bajo la luz pobre de una vela. Carecen de refrigeración para mantener frescos los alimentos y los medicamentos. Tienen que cocinar con hogueras dentro de sus casas, lo que causa graves enfermedades respiratorias que en muchas ocasiones son letales.
Así pues, podemos ver que la energía es clave cuando hablamos de la prosperidad del ser humano. Pero un aspecto muy importante a tener en cuenta es la fuente de la que se obtiene esta energía. La producción y el consumo de energía de una población moderna de casi siete mil millones de personas exige ciertos requisitos y causa ciertos efectos en el medio ambiente que debemos considerar.
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